Saturday, August 11, 2018

Tragedia en Ons - 1971


El 2 de Noviembre de 1971, la tarde se había desarrollado en medio del misterio de los Santos y los Difuntos que en la isla de Ons se "celebraba" a la antigua usanza, sin tanto ridículo y reimportado "jalobin" ése. Los niños y los mayores se afanaban en preparar las calabazas que, con una vela encendida dentro, pretendían asustar en las encrucijadas de caminos y en las cancelas de las casas, y el ambiente olía al anís de las castañas cocidas y al tostado de las asadas que por todas partes se preparaban para la degustación común.
La tarde, en mi escuela, había transcurrido con ese halo de misterio que tenía entonces la veneración por los difuntos, entre el miedo y el respeto y, terminada la jornada, los niños y las niñas se fueron a sus casas, más temprano que de costumbre, seguramente empujados por creencias y miedos solo superables en el entorno familiar junto al regazo de madres y abuelas que, de forma especial, rezaban aquella noche por sus muertos.
El ambiente estaba plomizo, con fina lluvia y espesa niebla, pero apenas sin viento. Eso sí, la mar se unía al misterio rugiendo sus olas sobre las rocas y las playas y saltando sobre el muelle, de un lado a otro, como si quisieran que nadie se escapara aquel día de la isla. Y se hizo de noche pronto, muy pronto.
Unos golpes en la puerta de mi casa y varias voces de hombres entremezcladas nos alertaron. Algo grave estaba sucediendo. Abrí la puerta y, en efecto, diez o doce de aquellos rudos marineros isleños con Checho, el pedáneo, al frente, me informaban de que una sucesión de bengalas habían surcado el cielo al sur, muy cerca de la isla. Mi confusión fue grande, no habituado a aquellas circunstancias pero me uní al grupo. Una de aquellos hombres había tenido la previsión de traer unas botas altas de goma en las que enfundé mis pies y en grupo salimos hacia la zona de las señales. Una mujer se ofreció a quedar en casa con mi esposa porque, decía, "non é noite de estar soa" .
El camino hacia Pereiró fue lento y largo y, quien más quien menos, se temía lo peor. Las bengalas fueron espaciando su disparo hasta que dejaron de iluminar el cielo. Después de casi una hora llegamos al límite de la isla pero la decepción fue grande porque entre la niebla y la oscuridad de aquella noche era imposible avistar nada y nada se oía sino la propia fuerza del mar. Cada uno hizo su cábala y tras un par de horas de escudriñarlo todo, decidimos volver a Curro donde ya se habían reunido mujeres y niños entre interesados y asustados. El radioteléfono se había empeñado, precisamente aquella noche en no funcionar y solo la radio era el contacto con el resto del mundo aunque tardó bastante tiempo en dar la noticia de que un barco del Marín, el "Nuevo Maruja Costa", se encontraba en dificultades cerca de la isla de Ons. Los peores augurios se hacían realidad por momentos, la niebla seguía rodeándonos y el mar continuaba amenazador.
Fue Manuel, un singular marinero que lucía una inusual barba, quien manifestó su deseo de embarcarse en una dorna y salir hacia la parte exterior de la Onza donde, estaba seguro, como otras veces, que podría haber ocurrido un naufragio. Su intento fue vano porque todos los demás casi tuvieron que impedir aquella locura, tales eran las condiciones de la mar y, poco a poco, cada quien se fue a casa con la incertidumbre de lo que pudiera haber sucedido.
Al día siguiente, varios barcos salieron con el amanecer hacia la zona y, pocas horas después, el Ntra Sra. del Carmen, patroneado por el señor Piñeiro, descubrió sobre la Onza a varios marineros que hacían señales de auxilio, a los que inmediatamente rescataron de su trágica posición. Otros compañeros tuvieron peor suerte y dejaron allí la vida en aquella funesta noche de Difuntos que llevó el luto a varias familias de Marín.
No faltaron los elogios en prensa y radio a la gloriosa Armada Española que había rescatado a los supervivientes en un operativo que no fue tal sino el arrojo del isleño Piñeiro y sus marineros cuya gesta, en cambio, pasó desapercibida.
La isla se sumió durante varios días en un espeso ambiente de tristeza y sus habitantes, entre los que compartí aquel trágico día de difuntos, masticaron la tragedia como habían hecho otras muchas veces en que el mar decidiera cobrar su tributo en vidas humanas.
JULIO SANTOS PENA –  publicado en el Faro de Vigo el 2 de Noviembre de 2013




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